pitufo

     confiando en que los involucrados (si es que se puede hablar en plural) no tendrán objeción para con que escriba el presente relato, intentaré ser lo más fiel que pueda a los hechos tal como pude presenciarlos. aclaro que en un principio pensé en cambiar los nombres (el nombre) para preservar la identidad del protagonista. hoy, al releer lo que pasó, confío en que nadie crea en verdad lo que digo. es por eso que los nombres son reales.
     todo empezó, para mí, una mañana de febrero mirando por la ventana de un ómnibus rumbo al chuy. angie dormía en una de esas posiciones raras que asume la gente para no golpearse con el vidrio. yo, por mi parte, me “entretenía” en observar el paisaje. era la primera vez que me mareaba en un viaje y necesitaba distraerme para no empeorar.
     HjDs había dicho que no estaría en rocha ese fin de semana, por lo que la visita fugaz a su loft quedó descartada desde el principio. el viaje se limitaría a las compras compulsivas en los freeshops y el regreso a “la capital de las sierras”.
     -voy a estar cerca de castillos -me dijo cuando hablamos, pero no detalló nada-. si llego a estar libre te aviso.
     con él, he aprendido, las cosas son así: si no dice, mejor no preguntar. pero algo me olió un poco raro. ¿qué iba a hacer cerca de castillos? él detesta ese sitio. y lo más raro era aquel “cerca”. ¡¡¡no hay nada cerca de castillos!!! o iba allí, o no iba; no hay puntos intermedios.
     pero al parecer sí los había.

     afuera empezaba a lloviznar. dentro habría preferido que lo hiciera. el aire enlatado del bondi me estaba haciendo pedazos y la cabeza no paraba de darme vueltas a un lado y al otro. ¡eso era un mareo! cerré los ojos pero resultó ser peor. y cuando los abrí y volví a dirigirlos al pasto y las palmeras de butiá que pasaban a estribor del vehículo no supe qué pensar. de hecho, no pensé en nada.
     HjDs corría desesperado, encorvado, cubierto solamente por una piel de oso (supe que era de oso porque las fauces del bicho oficiaban de capucha del por lo menos atípico atuendo). pero eso no fue nada comparado con lo que vi a continuación. tras H, armados con sendas kalashnikovs y vestidos con ropa camuflada, iban cuatro o cinco H más.
     ¡¡¡por H entiéndase, todas las veces, HjDs!!!
     hasta donde yo sabía él tiene una hermana y una prima, dos sobrinos, unas tías y un perro, pero no una manada de hermanos gemelos que practicasen cacería de humanos (o poco menos).
     mi primera actitud fue de una incredulidad casi absoluta. dudé de mi juicio, mi visión, mi presión arterial; todo. y decidí llamarlo. luego que el tono sonara un par de veces él atendería, y en una charla irrelevante me convencería de que estaba haciendo lo que acostumbrara a aquella hora. de vuelta en minas visitaría un loquero y me encerraría dopado de por vida o hasta que dejara de alucinar. es increíble cómo la reacción ante lo irracional es, por la estabilidad del universo, declarar la propia locura. resulta más fácil aceptar la demencia en la propia cabeza que una sola violación de las llamadas leyes naturales.
     llamé. esperé. atendió el contestador. corté. un par de segundos después repetí la operación y obtuve idénticos resultados. mi párpado derecho empezó un bailecito estúpido y reflejo que lleva a cabo siempre que algo me tensiona. no quería seguir así ni un segundo más, pero no se me ocurría nada que pudiese hacer. hasta que recordé el “número dos” de H y todo se desbarrancó.
     los domingos por la mañana él tenía la costumbre de ir a la feria. con las manos en los bolsillos, una mochila roja y negra a la espalda y paso lento, recorría la callejuela sención de una punta a la otra. paraba en los puestos de discos, quizá compraba alguno y volvía a su casa. en el bolsillo externo de la mochila llevaba el celular. un día recibí un mail suyo diciendo que se lo habían robado. sospechaba que abrieron el cierre, metieron la mano y sacaron el teléfono. así de sencillo. así de tonto. así de factible. posiblemente mientras veía cedés. una semana y media después, habiendo ya comprado un nuevo aparato, halló el que no fuera robado en el fondo de otra mochila que usaba sólo ocasionalmente.
     fue así que el viejo teléfono volvió a sus funciones y el nuevo ocupó el lugar de “segundo número”, una vía de comunicación para casos de emergencia. en esos momentos en que uno no tenía ganas de atender el teléfono o era un tanto inoportuno hacerlo, si era el “dos” el que llamaba o sonaba, se trataba de una urgencia. había que contestar.
     siguiendo esta lógica, H hizo oír su voz al otro lado de la línea cuando no había llegado a sonar tres veces el tono.
     -sí -dijo alzando la voz por encima del ruido de ramas, voces y chapoteos. sonó inexpresivo y agitado.
     yo, dadas las circunstancias, no había pensado en una excusa creíble. sólo estaba shockeado y ésa era mi urgencia. ¿qué iba a decirle? “disculpa, ¿por casualidad estás persiguiendo, armado hasta los dientes, junto a tipos idénticos a vos, a otro tipo igual pero que va vestido como un cavernícola?” me iba a mandar a la mierda, no cabía duda.
     cerré fuerte los ojos, como quien teme a la oscuridad y trata de esconderse tras los párpados.
     -disculpa, ¿por casualidad estás persiguiendo, armado hasta los dientes, junto a tipos idénticos a vos, a otro tipo igual pero que va vestido como cavernícola? -dije-. ¿o eres el cavernícola? -agregué.
     -después hablamos -me dijo, y una voz más lejos, que también era la suya pero no era la que estaba al teléfono, gritó-: ¡tengo al pitufo!

     no sé si me dormí o me desmayé, pero lo cierto es que lo siguiente que recuerdo es a angie despertándome.
     -ya llegamos -me decía.
     limpié la saliva que me chorreaba por la barbilla y bajamos. paseamos todo lo que se puede pasear en un sitio horrible como el chuy, compramos todo lo que íbamos a comprar, almorzamos en un no-sé-qué corrido, y (lo mejor de todo) volvimos a nuestra casa.
     al otro día H llamó.
     -tenemos que hablar -dijo.
     -¿sí? -pregunté con toda la torpeza que me permitía mi situación.
     -sí. ¿cuándo vienes?
     no esperaba eso, pero era lógico. no sé si suponía que me contaría por teléfono o qué. puedo ser muy tonto cuando quiero.
     -voy mañana -aseguré como pude.
     -ok. ahí nos olemos -dijo, parafraseando a un personaje de los simpsons, pero no pude sonreír como de costumbre ante la broma.
     -hasta mañana.
     en el trabajo inventé y representé una mentira como no hacía en años y logré el permiso para faltar los dos días subsiguientes. a angie le dije que había un problema relacionado con H y tenía que ir a verlo, que cuando volviera le explicaría.
     
     el coom de las 6:15 a.m. me llevó hasta pan de azúcar y un cynsa con diez minutos de retraso (razón por la que llegué a tiempo para tomarlo y no tuve que esperar una hora haciendo nada) fue el que me dejó frente a la plaza independencia.
     con las manos en los bolsillos del vaquero y el cerebro funcionando a millones de revoluciones por segundo salí para lo de H. agarré por veinticinco de agosto hasta dieciocho de julio, de ahí hasta la esquina del supermercado gonzález y doblé por rincón como si fuese a lo del finado gerardo. pero no tenía tiempo ni ánimo para hacer visitas. doblé a la izquierda en treinta y tres, apurando el paso ante la casa de una conocida, a la derecha en la avenida del hospital, otra vez a la izquierda en la avenida primero de agosto (polvorienta y deshecha como siempre), y de ahí a lo de H.
     al pasar junto a la camelia de la entrada levanté una de sus hojas del piso y me pregunté por centésima vez si podría hacerse té con aquella variedad. la metí en un bolsillo, rodeé la casa y llamé a la puerta de H.
     -pasa.
     dentro todo estaba como siempre, lo que constituía un tonto alivio psicológico. en el equipo de audio sonaba the ramones.

     -es un juego.
     estábamos sentados tomando café.
     -¿un juego?
     -sí. un día apareció por esa puerta un tipo como yo. idéntico. dijo que venía de otra dimensión para invitarme a jugar -hizo una pausa mientras tomaba un sorbo de café-. a cazar al pitufo.
     -no entiendo. el que rajaba asustado eras vos, no un pitufo.
     -todos somos yo. el que vino, HcDs, es al que se le ocurrió el juego. parece que más o menos todos tuvimos la misma historia; nuestro pasado, sin importar la dimensión de la que seamos, es casi igual. tú en alguno de los otros mundos hasta tienes talento, pero yo parece que estoy meado por un elefante en todos lados. excepto en uno. de allí salió el pitufo.
     -¿o sea que persiguen a un tipo porque no le ha ido tan mal como a ustedes? -pregunté más que confundido.
     -no. parece que en el mundo del pitufo un cataclismo los hizo volver a la época de las cavernas. entonces, como en el de HcDs la tecnología cuesta menos que un kilo de arroz...
     -¡y acá vamos camino a eso! -H me miró fijo y supe que debía callarme-. perdón.
     -en resumen, el juego consiste en soltar al pitufo en algún monte, perseguirlo y matarlo.
     había algo que no me cerraba y se lo dije.
     -lo revivimos -fue la respuesta-. es tan sencillo como cambiar de cd. tiene una mente un poco más primitiva que la nuestra. si fuera tan inteligente como nosotros no se podría hacer por no sé qué cosas en el cerebro.
     y cambió de cd. puso uno de la chancha francisca.
     -¿y por qué le dicen pitufo?
     -porque camina encorvado, entonces parece más petiso que nosotros. además, como lo soltamos y dejamos pasar media hora antes de empezar a buscarlo llevamos aparatos rastreadores. y en la pantalla él es un punto azul.
     -vos y tus otros vos tienen un extraño sentido del humor.
     -posiblemente.

     estuve unas horas más con H, conversando, oyendo música y tomando café, como hacíamos antes. ahora que las cosas se habían aclarado me sentía más o menos cómodo. todo aquello era tétrico, absurdo y muy cuestionable, pero ya no había misterio.
     estaba despidiéndome cuando algo vino a mi mente.
     -¿no han pensado que el pitufo puede estar aprendiendo de todo esto? o sea, si lo reviven después de cada cacería es el mismo tipo todas las veces. pudiera estar acostumbrándose a la situación y un día... -pero descarté la idea y me encogí de hombros- no me hagas caso, a veces puedo ser muy tonto.
     los ojos de H se abrieron un poco.
     salí. metí las manos en los bolsillos del vaquero y encontré la hoja de la camelia. al pasar por el árbol la tiré junto al tronco recordando algo que había leído una vez. “ésta es la camellia japonica”, me dije, “y la del té es camellia sinensis l. ¡qué tonto puedo ser a veces!”







>para comprar el libro "y otros cuentos" haga click en la siguiente imagen:



páginas afines:





mandeb revista literaria



***************************





receptáculo literario

de juan humbleby



***************************





maldición poeta



***************************





bosque



***************************





www.ubuntu.com





Este sitio web fue creado de forma gratuita con PaginaWebGratis.es. ¿Quieres también tu sitio web propio?
Registrarse gratis