la mina del gordo celso

por las malas,
al gordo celso cuadro.
por las buenas,
a los inventores del cd.

     él pasaba música en una fm. ése era su trabajo.
     a mí me parecía increíble que a alguien le pagaran por hacer aquello. es decir, ¿no se supone que un trabajo es algo horrible que nadie quiere hacer, una carga, una obligación? pero para él no. él plantaba su gordo culo en una silla para culos gordos y metía cedés en alguna moderna máquina construida para ello. y aquella música viajaba brillante hasta mi radio y las de todos los demás que quisieran oirla. por ejemplo el turco jawadián.
     y un día el turco me dijo que él conocía aquel culo gordo.
     -¿el que pasa música en onda marina? -así se llamaba la fm.
     -sí.
     no recuerdo la explicación que me dio acerca de cuál era el vínculo. recuerdo, en cambio, que yo empecé a soñar despierto con los beneficios que podríamos sacar de todo aquello.
     -¡pá! debe tener un montón de música.
     -sí, por eso te preciso. quiero que me ayudes a hacer una lista de temas para que él nos grabe una ensalada.
     -... -dije yo.
     -¿te queda bien ir mañana hasta la radio?
     -¿a la radio? ¿se puede ir?
     -sí. me dijo que vaya cuando quiera, haga una lista y él me la graba en un cedé.
     -¡mierda! ¿en un cedé? -por aquella época toda mi música estaba en cassettes.
     al día siguiente de tardecita nos tomamos un cotec destartalado y salimos rumbo a la paloma. nos teníamos que bajar en el empalme para la pedrera porque la radio estaba al costado de la ruta. nos pasamos un poco y tuvimos que caminar.
     la radio era pequeña. muy pequeña. apenas se entraba, a la izquierda de la puerta, habían dos estructuras chiquitas, una frente a otra. en una estaba el gordo celso con su “moderna máquina” de pasar cedés: una computadora y una consola de audio. la otra estaba vacía. en el resto de la habitación no había nada más.
     me decepcioné un poco hasta que el turco me hizo notar que en la pared detrás del gordo había cientos de cedés.
     por supuesto que hubo saludos, estrechar de manos y presentaciones (el gordo no me conocía ni yo a él).
     -mucho gusto, koloski.
     -koldowsky -corregí yo. e intuyendo que jamás sería capaz de pronunciarlo, agregué-: pero llámame rafael.
     -muy bien, rafa.
     odio que me digan rafa. lo juro. pero me callé la boca y sonreí.
     -elijan lo que quieran, lo anotan y después les hago el disco.
     y volvió a lo suyo.
     en la pared opuesta a la consola, a la derecha de la entrada, había una puerta que daba a otra habitación. y desde donde estábamos se veía un sillón blanco y feo.
     en eso el turco me dio un codazo. la sorpresa casi me hizo dejar caer el disco de los redondos que tenía en la mano. lo miré y me señaló con la cabeza lo que pasaba en aquel sillón.
     había una rubia que abundaba de los sitios correctos y tenía una cara indescriptiblemente bonita. daba vueltas en el sillón. giraba hacia un lado y hacia el otro. se refregaba como hacen los gatos cuando están dormidos y alguien los acaricia. se me ocurre que estaba siendo cogida por un íncubo o algo así.
     fuera lo que fuese, al turco y a mí nos costaba concentrarnos. nuestros ojos iban de los discos a la rubia y de vuelta a los discos y más rápido de vuelta a ella.
     y el gordo seguía allí, haciendo su trabajo delante de la computadora. parecía no saber que ella estaba en la habitación de al lado.
     cada tanto nos preguntaba:
     -¿todo bien, gurises?
     ¿cómo le íbamos a decir que no? estábamos mejor que nunca. “sí, sí. pero hay tantos discos que nos cuesta elegir las canciones”, le contestábamos. y pasamos el resto del tiempo que estuvimos allí de aquella manera. revisamos la pared con fruición e hicimos nuestra lista en los instantes que la rubia nos lo permitía. pero al final, lo que fuimos a hacer quedó pronto.
     ya era de noche a la hora de irnos. para volver teníamos que esperar el bondi en la ruta. veinte minutos estuvimos esperando. y no habían pasado ni diez cuando empezó a llover.
     -vamos para a radio de vuelta -dijo el turco.
     -ya nos empapamos, es lo mismo. además, mira si perdemos el bondi.
     en el papel que le dimos al gordo había más o menos treinta temas. no sabíamos entonces la capacidad de un cedé, así que anotamos más canciones de las que pensamos que entrarían en el disco. la idea era que él grabara, empezando por el principio de la lista, mientras hubiese espacio. de cualquier manera estaría bien. por las dudas, pusimos al final los temas que menos nos interesaban.
     o al menos eso creíamos.
     pero no estuvo bien. nada bien. de hecho, estuvo horriblemente mal. el gordo celso, cuyo trabajo era pasar música en una fm, un lindo trabajo, un trabajo que no se ajusta a la descripción tradicional de trabajo, lo hizo mal.
     nosotros no sabíamos qué tipo de ciencia se necesitaba conocer para grabarlo, pero intuíamos que no era taaan difícil como para cometer los errores que él cometió.
     el disco tenía dieciseis pistas. hasta el tema ocho todo fue bien. pero el tema nueve era otra vez el cinco. y el diez, el seis. y así sucesivamente hasta que en la pista número trece sonaba otra vez el tema cinco, después el seis...
     la calidad del sonido era mejor que la que teníamos hasta entonces en nuestros cassettes. mucho mejor. pero no nos hacía gracia aquella reiteración innecesaria de canciones. le buscamos explicaciones razonables y lógicas, algo que nos permitiera justificar el problema y no concluir que se trataba sólo de la extrema incompetencia del gordo celso. pero no pudimos justificarlo. no teníamos tanta imaginación.
     -ya sé que a caballo regalado no se le miran los dientes -dije-, pero no estaría nada mal que el puto bicho tuviera boca.
     reímos.
     -¿sabes lo que me gustaría saber? quién era aquella rubia.
     -mejor no saber.







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