あなたの名前は何か?

     los exámenes de idiomas suelen tener varias partes. te evalúan por áreas. un poco de composición de textos escritos, un poco de gramática, algo de comprensión lectora y de escuchar, y la más temida por muchos, la expresión oral. ésta suele ser al final, cuando ya estás cansado y sudado y no sabés ni cómo hablar tu propio idioma. te hacen entrar a un salón casi vacío, y desde el fondo te animan a acercarte y sentarte ante un comité examinador generalmente compuesto por tres miembros. si se tiene suerte, hay un par de profesores pedorros que (según mi experiencia) pronuncian peor que vos, pero con una seguridad que da asco para que te creás que está bien como ellos lo hacen, y un hablante nativo de la lengua en examen. este último miembro suele ser el que gentil pero implacablemente intercede a tu favor cuando se te escapa alguna palabra de ésas que escuchaste en películas under y que te quedó incrustada en el habla más fluidamente que las que te enseñaron por años.
     las partes escritas de un examen, las que se llevan a cabo en solitario, no son gran cosa. te sentás ante la hoja, completás espacios en blanco con lo poco o mucho que sepás, escribís el textito que te pidan contando las palabras con los dedos para no pasarte ni quedarte corto, apretás los dientes y contenés la respiración para captar algo de una grabación que siempre está demasiado lejos y tiene ruido, pensás cómo copiarte. lo que sea, pero no es nada. el problema, la verdadera prueba (igual que en el resto de la vida), es hablar con los tres tipos del final. porque allí no tenés cómo copiarte, porque no vas a tus tiempos, sino a los de ellos. porque te preguntan cualquier tipo de boludeces y quieren que hablés fluido y natural como ellos no pueden. y ante sus sugerencias de tema vos pensás: “¿¡en serio querés que hable de frutas y viajes!? llevo haciendo eso desde primer grado. ¿no se supone que éste es un examen internacional?” pero hablás de frutas y viajes porque no tenés otra opción, porque no te van a preguntar qué opinás sobre la filosofía kantiana porque no saben quién es kant. porque hablar de cualquier cosa no boluda parece estar mortalmente prohibido por un tribunal interplanetario de exámenes de idiomas. porque hay cuarenta grados a la sombra y ya te querés ir a tu casa a tirarte en bolas en el suelo y a tomar jugo de naranja.
     pero antes tenés que llegar vivo hasta ese punto. y no me refiero a las pruebitas escritas. tenés que soportar los saludos y presentaciones inútiles, las gentilezas sin sentido que te hacen hablar cuando entrás en el salón semi vacío. tenés que hacerte el bueno y el amable por más cansado que estés, tenés, en resumen, que evitar que vean lo que a esas alturas pensás de ellos, o estás frito.
     -hola -esto, obviamente, está traducido-, cerrá la puerta y sentate. ¿cómo te llamás?
     sí, para que entrara allí me llamaron por mi nombre, mi apellido, mi número de cédula, pero igual me preguntan cómo me llamo. respiro hondo, escondo una mueca de desprecio o al menos la camuflo con expresión de calor.
     -soy rafael koldowsky.
     una vieja gorda con un leve olor a refuerzo de mortadela mal escondido bajo un perfume floral, me corrige, y no disimula su cara de desprecio:
     -soy RALPH koloski.
     me destroza el apellido, me lo escupe, pisotea, y pasa por una licuadora, pero me enfatiza, pedante, la traducción del nombre.
     ¿qué hacer? seguir la joda, eso es lo que tendría que hacer. con cualquier otra cosa lo haría. pero con el nombre no puedo. ¿guillermo shakespeare? ¿federico nietzsche?  ¿zorro mulder? ¿martín lutero king? ¿o sería martín lutero rey, acaso?
     -no señora -dije al fin, hablando perfectamente la lengua examinada-, soy rafael KOLDOWSKY. lo siento, pero mi nombre no es ralph. ralph es ralph wiggum, no yo. ¿o me ve sacando piedras lunares de mi nariz? -sabía que la alusión a los simpsons sólo yo la estaba captando, pero no me importó. e incluso reí un par de carcajadas.
     la gorda estaba roja. le fulgían los ojos. ahora además de olor a mortadela y perfume barato, despedía un profundo vaho de odio. la hablante nativa, una rubia pálida y de tetas grandes y un poco caídas, lo que las hacía más apetecibles aún, nos miraba de ida y vuelta a la gorda, a mí, a la gorda otra vez, a mí otra vez.
     -disculpame, pero no me faltés el respeto, PORQUE YO NO TE LO ESTOY FALTANDO A VOSS.
     empezó hablando pero terminó con gritos que le hacían vibrar la papada de un modo hipnótico. aquello me calmó. entonces dije:
     -lo que estoy tratando de decir es que mi nombre, como ustedes ya saben porque me llamaron por él para entrar acá, es en español. y digamos que no soy de la escuela de traducir los nombres propios. porque, vea, con esa premisa, deberíamos traducirlos a todos, y estoy seguro que nadie podría hacerlo -tomé aire pero no mucho porque sabía que si dejaba empezar a hablar a la gorda estaba perdido-. creo no me equivoco al considerar dos posibilidades en cuanto a los nombres, la equivalencia -juan y john, george y jorge- y la traducción, que ya es más complicada. requiere que se conozca el significado del nombre, lo que quiere decir. digámoslo así, ¿cómo me habría llamado usted si yo fuese japonés y mi nombre no fuese rafael sino ryuu, por ejemplo? ¿entiende japonés? ¿sabe el significado de ese nombre, o conoce algún equivalente, quizá? apostaría mis pulgares a que usted no diferencia japonés de chino o koreano, por lo que no habría tenido más remedio que respetar mi nomenclatura original. en conclusión, lo que ha querido hacer conmigo no es otra cosa que una discriminación racista; trató de violentar mi derecho esencial a un nombre sólo porque soy sudamericano -levanté el índice de mi derecha y tomé otra vez aire-, porque sus conocimientos le permiten enfrentarme poniéndome en inferioridad de condiciones, quiso abusar de su posición de poder en beneficio de su orgullo y amor propio. ¿se da cuenta que en otra circunstancia esto podría haber generado un conflicto internacional? -me levanté, ignoré al tercer miembro de la mesa y a la gorda, dediqué una pequeña reverencia a la hablante nativa y a sus tetas y me despedí-: señora, que tenga un buen día.







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